Crecí en Pasajes de San Pedro, Gipuzkoa, a finales de los 80 y durante los 90. En aquella época, la violencia de ETA era una presencia constante en nuestras vidas. No era algo lejano que salía solo en las noticias, era parte del paisaje cotidiano. No hablo de oídas, sino de vivencias.
Había días en los que teníamos que bajar las persianas de casa porque había avisos de bomba, otros en los que al autobús cambiaba de ruta porque algún comando había colocado un lanzamisiles en el camino. En ocasiones, mientras jugaba de niño, se escuchaba de fondo cómo explotaba un coche bomba. No eran historias, era algo que te despertaba por la mañana o interrumpía una comida familiar. Sabíamos incluso diferenciar el sonido de un coche bomba al de otras cosas.
Incluso supe de talleres mecánicos locales que eran obligados por la banda a ceder sus instalaciones para colocar explosivos en vehículos, bajo amenaza de represalias. Era un clima en el que todos sabíamos que, de una forma u otra, estábamos metidos.
Ese es el contexto en el que crecí. No me lo contaron, lo viví en primera persona y lo recuerdo.
Lo que puedo llegar a entender
Con los años, he intentado analizar todo esto con la mayor frialdad y honestidad intelectual posible. Y puedo llegar a entender el origen de ETA como respuesta a una dictadura que negaba libertades básicas, prohibía el euskera y reprimía la cultura vasca.
En ese contexto, aunque no comparta la violencia, puedo aceptar que la lucha armada tuviera justificación moral y política en su momento. Incluso puedo llegar a aceptar que, en ataques contra objetivos militares o políticos, hubiera civiles muertos como daños colaterales. Es duro decirlo, pero en toda guerra o conflicto armado existen efectos colaterales, y eso no convierte automáticamente a un movimiento armado en terrorista.
Puedo, por tanto, ver una primera ETA como una organización armada de carácter político-militar, nacida en un contexto de opresión, que apuntaba a símbolos concretos del régimen franquista.
Aceptamos barco como animal de compañía. Vale.
La línea roja: atacar civiles para generar miedo
Pero hay una frontera que no se puede cruzar sin perder toda legitimidad moral: cuando eliges deliberadamente como objetivo a la población civil para sembrar terror social.
Cuando colocas una bomba en un centro comercial como en Hipercor en 1987, sabiendo que solamente habrá familias y niños, ya no hay contexto que lo justifique. Cuando aparcas una furgoneta bomba en el aeropuerto de Barajas para reventar coches de ciudadanos cualquiera, has dejado de ser un movimiento armado y te has convertido en un grupo terrorista.
Ahí no hablamos de daños colaterales ni de objetivos políticos. Ahí solo hay un nombre: terrorismo.
Lo que creo que Otegi debería decir
Por eso pienso que Arnaldo Otegi, como figura política que hoy representa la izquierda abertzale, debería dar un paso más en su relato. Podría perfectamente:
- Reconocer que ETA nació como un movimiento político-liberador frente a una dictadura, y que en su primera fase era una lucha armada que muchos podrían entender, aunque no compartieran.
- Admitir que, ya en democracia, extendió su violencia y acabó convirtiéndose en un grupo terrorista cuando empezó a atacar deliberadamente a civiles.
- Pedir perdón no solo por “el dolor causado”, sino por haber elegido durante demasiado tiempo el camino equivocado.
Ese discurso no borraría el contexto histórico, no equipararía a ETA con grupos puramente criminales, pero sí cerraría una herida ética que todavía sigue abierta para muchas víctimas.
Y por qué es bueno que ahora estén en política
Aun así, creo que es algo bueno que hoy esa misma gente esté en política y no en la clandestinidad. Que quienes antes justificaban la violencia ahora participen en las instituciones simboliza la evolución democrática de España y del propio País Vasco.
Que Otegi pueda defender hoy la independencia vasca sin armas, solo con votos, es la prueba de que la democracia ha ganado.
Y, quizá, si algún día la izquierda abertzale da ese paso de llamar las cosas por su nombre, habremos cerrado de verdad uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia reciente.