Escribo esto mientras estoy en el aeropuerto de Barajas esperando a mi vuelo de vuelta a Brisbane. El otro día, caminando por el paseo de Sarasate en Pamplona después de mucho tiempo sin estar ahí me topé con algo nuevo: Un nuevo negocio de comida rápida llamado “Goiko” que acaba de abrir su primer local en la ciudad. Es brillante, moderno, con ese aire de “esto es algo nuevo y molón que viene a sacudir la rutina”.
Y sin embargo, yo, que vivo en Australia desde hace años, me quedé mirándolo y sentí algo muy raruno por dentro:
Uf, no, esto ya lo he vivido… “There we go again”…
Y no porque conociera Goiko, ni porque supiera cómo era su carta. De hecho solamente he pasado por delante una vez. Ha sido por el concepto. Por ese rollito de hamburguesa alternativa, que ellos dicen no ser comida rápida, pero tampoco cocina de verdad. Esas hamburguesas grandes, grasientas, con pan dulce y fotos de queso fundido cayendo en cámara lenta.
En España parece ser algo nuevo, pero para mí ya es algo cansino. En Australia eso es agua pasada desde hace ya tiempo. Allí ya hemos tenido cadenas como Grill’d, hamburgueserías “healthy” con ingredientes cuidados, aire hipster y precios altos que abieron, provocaron colas y acabaron cerrando a los años. Durante un tiempo, funcionó. Pero, como todo, acabó agotándose. Y ahora, verlo llegar a España con esa aura de “novedad” me da una pereza enorme desde el minuto cero.
Spoiler: ahora prefiero el McDonald’s
Y fíjate hasta qué punto ha llegado el hartazgo, que hoy, si me apetece una hamburguesa, prefiero ir al McDonald’s. Así, sin ironía. Porque al menos ahí sabes a lo que vas: sabor consistente, sin pretensiones y sin el festival de grasa disfrazado de “calidad gourmet” que te deja las manos perdidas. Y eso que a mí me gusta tomarme una hamburguesa de vez en cuando, ojo.
La moda de las hamburguesas gourmet en España está llegando con varios años de retraso. Donde resido ya se vivió, ya se exprimió y ya se pasó página. En España se está todavía en esa fase en la que se abren locales con nombres que combinan las típicas “meat”, “beef”, “smash”, “buns” o “lab”, donde cada hamburguesa lleva más grasa que innovación, y donde la carta parece escrita para TikTok, no para estómagos reales.
¿Y después qué?
Basándome en lo que veo por el mundo, creo que va a llegar una fase donde habrá una reinvención de lo de siempre. España tiene cocina para parar un tren. Solo necesitamos dejar de mirar a EEUU como si fuera Pinterest y mirar más a casa, reinterpretar lo nuestro, y, si se puede, hacerlo sin que chorree el madito cheddar por todas partes.
Las recetas de toda la vida volverán, pero con giros de guión inesperados. Yo qué sé… croquetas con toque asiático, fabada con emplatado moderno, tortilla de patata con algo raro, cocina regional con mimo y estética actual… Lo de siempre, pero sin olor a mantel de cuadros. Same same but different, que dirían en Tailandia.
No tengo nada contra las hamburguesas. De verdad. Pero ver cómo una buena idea se convierte en plantilla repetitiva hasta el empacho es agotador. Lo que fastidia no es el plato, es el estancamiento disfrazado de novedad.