Ayer me dijeron que soy un tipo raro. Nunca me ha importado no ser como los demás. Francamente, me importa muy poco caer bien a los demás. Me gusta que la gente me aprecie tal y como soy, con mis cosas y mis defectos. Pero lo que me impactó de que me llamaran raro fue que no lo hacían con cariño, sino que era algo negativo. Muy negativo. Me llamaron raro porque sabía como se escribía bayeta. Vale que para muchos de mis coetáneos -por esto también me llamarán raro- la bayeta sea un instrumento desconocido, pero si algún día hacen la lista de la compra y tienen que comprar ese trapo amarillo, me partiré la caja. Valleta.
Es sorprendente que por saber como se escribe bayeta te miren raro y mal. En lugar de que te digan qué bueno eres, los tontos se te tiran encima y te devoran. Son crueles con todo aquel que tiene inquietudes, que le gusta mirar con más atención a las cosas. No les gusta la gente que les recuerda que son pececitos que irán a parar en el estomago de otros peces. Por eso cuando alguien sabe escribir bayeta, lo excluyen. O cuando alguien se dedica a estudiar algo de física en sus ratos libres, es encarcelado con otros como él, para que no se les pegue nada, que como se pongan a pensar no veas qué problema. Lo más triste no es que sean tontos, sino que además se sientan orgullosos de ello. ¡Soy más tonto que todos vosotros! Ese parece el reto para muchos.
No digo con esto que todos tengan que ser como yo, ni que yo sea superior a ellos. Soy distinto -menos mal- pero soy un excluido. La gente común no mira bien a todo aquel que piensa y que les recuerda que ellos no lo hacen porque no quieren. Si tuviera sesenta años o más, la gente me consideraría todo un sabio -aunque a esa edad también se es un excluido-, pero como solo tengo dieciocho, la gente me toma por alguien raro. Y los tontos se creen que mandan ellos, se creen los dueños del mundo con capacidad de mandar sobre todos y excluir a cualquiera. Pero ya caerán.