Vivimos en un momento raro raro raro para la democracia. Las democracias occidentales están atrapadas en ciclos cortoplacistas, elecciones cada vez más emocionales y una ciudadanía que, muchas veces, no tiene tiempo ni formación para participar con profundidad. Y sin embargo, seguimos actuando como si más voto equivaliera automáticamente a mejor democracia.
Mientras tanto, en el otro extremo, China avanza con su propio estilo de democracia, una democracia “con características chinas” si me permites la expresión.
China no es una democracia “a la occidental”, eso está claro. No hay partidos políticos compitiendo abiertamente, no hay elecciones nacionales como las entendemos nosotros y la libertad de prensa es limitada o tirando a inexistente. Pero es una democracia.
¿Por qué la sigo llamando democracia?
La participación política en China comienza a nivel local, donde los ciudadanos tienen la oportunidad de elegir a sus líderes comunitarios. Para aquellos que aspiran a una carrera política, el camino obligatorio es integrarse al Partido Comunista Chino (PCCh), iniciando desde la base gestionando una aldea, un distrito o una ciudad. El ascenso en la jerarquía política se basa en la demostración de capacidad y resultados medibles, no en campañas publicitarias o promesas vacías. Aunque no es visible públicamente, dentro del partido existe un sistema de facciones, corrientes y luchas internas que funciona como un sistema de partidos como los entendemos nosotros. El sistema, teóricamente, mantiene una competencia interna, una meritocracia y una jerarquía construida sobre la base de la experiencia acumulada.
¿El problema? Que no es un proceso transparente ni tiene métodos de control público.
Y lo nuestro, ¿es una democracia plena?
Aquí viene lo irónico de nuestro sistema. En muchos países occidentales, el sistema ya asume que la gente es idiota puede votar mal. No se dice abiertamente, claro.
Cuando un político hace promesas ilegales imposibles y logra ganar las elecciones, existen mecanismos para evitar que las cumpla. Los tribunales constitucionales, los vetos técnicos y los organismos independientes están diseñados específicamente para contener a un presidente que llegó al poder con votos “equivocados”. Parece que la única institución que realmente funciona es aquella alejada del voto ciudadano.
¿La justicia? Mejor separarla de la democracia. ¿Ciertos derechos? Mejor blindarlos para que ni siquiera puedan votarse. ¿La banca central? Intocable. ¿La constitución? Inmodificable sin supermayorías.
Es decir: el propio sistema democrático reconoce que el votante medio no debe tener acceso a las decisiones más delicadas, porque podría hacer locuras. Mejor protegernos de nosotros mismos.
¿Separación de poderes? Yo lo llamo separación del votante.
Buscando inspiración
No se trata de copiar a China. No soy yo quien lo proponga, al menos. No queremos renunciar a las libertades, a la libertad de expresión o a la diversidad política que tanto identifica a la cultura occidental. Pero no nos hace daño tomar algo de inspiración.
- Carrera política desde abajo: Que cualquier cargo nacional tenga que haber pasado antes por la gestión local o regional.
- Evaluación técnica del desempeño: ¿Quieres liderar un país? Primero demuestra que sabes liderar una ciudad.
- Participación local directa: Gestiona tu barrio, tu municipio, tu provincia. Que la gente normal vote a ese nivel con conocimiento de causa.
- Representación indirecta nacional: ¿Votar al presidente? Demasiado para el votante medio. Que se voten entre ellos y que el proceso sea transparente.
La democracia solo funciona si hay estructura, mérito y visión. Lo demás es ruido.
Yo seguiré creyendo en la democracia. Pero no en cualquier forma de democracia. Creo en una democracia funcional, que no idealiza el voto, sino que organiza la participación de forma que sea útil, responsable y proporcional al conocimiento de cada uno. ¿Una meritocracia? Probablemente.