La inmigración es un tema calentito en Europa, con tantas opiniones como personas sobre la mejor manera de enfocar este problema. Tomando mi propia experiencia como inmigrante español en Australia, puedo decir de primera mano cómo he observado que diferentes formas de abordar este tema pueden influir en los resultados de la inmigración.

En Australia (que es donde estoy ahora) el proceso de inmigración es bastante duro y centrado en la calidad de los inmigrantes que llegan. Se realizan pruebas y controles para garantizar que los que entran puedan contribuir positivamente a la sociedad y la economía. Todos conocemos el famoso programa de TV de los aeropuertos de Australia. No está exagerado. Este enfoque selectivo ha llevado a una inmigración más equilibrada y ha contribuido al desarrollo del país. Además, los requerimientos cambian cada año adaptándose a las necesidades que tenga el país en ese momento. La inmigración es buena si se planea bien.

En las antípodas, Europa enfrenta desafíos con la inmigración descontrolada y la asociada falta de integración cultural y social. La historia colonial de Europa ha influido en las dinámicas migratorias actuales, y el intento de rectificar los errores del pasado y a tratar de equilibrar el panorama mundial ha llevado a políticas de inmigración que a menudo carecen de controles efectivos. De forma inocente se lleva la bondad del “todos son bienvenidos” al extremo.

Por si no ha quedado claro, yo mismo soy un inmigrante en el país que vivo. No lo he tenido nada fácil y reconozco que la inmigración es un negocio muy jugoso tanto para empresas privadas como para el estado en sí mismo. He tenido que pasar ciertos controles y tratos que rozan la humillación, pero entiendo la complejidad de controlar el flujo migratorio global y saber quién entra en un país y quién no. La mayoría de personas, como yo, vienen de forma totalmente pacífica y con ganas de integrarse y de tener un impacto positivo en la comunidad donde residen. Pero, como siempre, hay que legislar teniendo en cuenta a los que abusan del sistema.

La inmigración sin controles puede poner en peligro la identidad europea en sí misma y generar tensiones sociales. La falta de pruebas de integración y conocimiento de las culturas locales y comunes puede dificultar la cohesión social y conducir a conflictos.

Seamos sinceros: En muchas ocasiones, en los países de origen de muchos inmigrantes no nos aceptarían a nosotros como nosotros les aceptamos a ellos. Hay países en los que es casi imposible obtener la nacionalidad. Y también los hay que nunca van a aceptar que un extranjero tenga otras costumbres (La diversidad, cosa que en Europa se celebra).

Europa debe reconsiderar su enfoque hacia la inmigración y tomar lecciones de países como Australia. Las políticas deben ir diseñadas para equilibrar la apertura, diversidad y la preservación de la identidad cultural. Pruebas de integración, controles de calidad y enfoques selectivos deberían ser parte de la solución para garantizar una inmigración sostenible y beneficiosa para todos.

Al final, controlar la inmigración no solamente beneficia a los de casa, también garantiza una mayor felicidad a los que vienen de fuera.