El progreso no son edificios altos

- 14 May 2025 - 4 mins read

En X, los comentarios vuelan: “China vive en 2050”, dicen, maravillados por sus rascacielos que rozan las nubes y sus trenes que parecen naves espaciales. Yo mismo he caído en esa trampa en el pasado, en esa frase fácil de que algún país está “en el futuro”. Pero aquí, en Xi’an, mientras recorro su metro tan limpio y bien organizado, me topo con carteles que piden “no escupir” o “no defecar”. Entonces me pregunto: ¿es esto el futuro, o solo una parte de él?

El progreso no es una línea recta, vaya. No es una carrera donde alguien gana y otro se queda “atrasado”. Europa, a menudo criticada por no seguir el ritmo de China, no está rezagada. ¿Qué significa siquiera “estar atrasados”? Europa ha elegido un ritmo distinto, uno que no mide el éxito por la altura de sus edificios, sino por la solidez de sus cimientos. Sus regulaciones, esas que algunos llaman exageradas, son el fruto de siglos de ensayo y error. No son cadenas; son filtros de una sociedad que ha aprendido a no crecer solo por crecer como pollo sin cabeza. Mientras China construye ciudades en meses, Europa protege su medioambiente, sus derechos laborales, su bienestar social. ¿Eso es atraso? Yo lo llamo sabiduría.

No me malinterpretes: China impresiona. Su tecnología y ambición son innegables. Japón tuvo su momento así, y Occidente también. Pero el progreso no es solo acero y circuitillos. El progreso es también cómo convivimos o cómo protegemos a los más vulnerables. En Asia, veo trabajadores en condiciones precarias, sin redes de seguridad que los sostengan si caen. En Europa, con todos sus defectos, hay sistemas que intentan no dejar a nadie atrás. Aquí, la modernidad urbana choca con códigos de convivencia que en Europa llevamos generaciones interiorizando. Esos carteles en el metro pidiendo no cagar en pleno vagón me lo recuerdan: la infraestructura puede correr, pero ser civilizado toma su tiempo.

El progreso es multidimensional, vaya. No hay un “futuro” absoluto donde alguien llega primero. China, Europa, Japón, cada uno avanza a su manera, en su propio ciclo. Compararlos como “adelantados” o “atrasados” es simplificar una realidad compleja. Desde China, pienso: el progreso no son edificios altos. Es un equilibrio entre lo que construimos y cómo vivimos en ello. Europa, con su pausa reflexiva, tiene algo que enseñar. Y el mundo, tarde o temprano, también aprenderá a detenerse y mirar antes de saltar.


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