“La obra de Goya, desplegada a lo largo de un extenso periodo de tiempo, conforma un conjunto de extraordinaria coherencia conceptual. Su evolución artística desde los cartones para tapices pintados en Madrid hasta los últimos dibujos realizados en Burdeos, muestra el desarrollo de un pensamiento estrechamente vinculado a las corrientes contemporáneas y marcado por una singular personalidad. Así, a la vez que absorbía las ideas que circulaban a su alrededor, y que conformaban el acervo cultural de su época, fue capaz de dar pasos de enorme trascendencia en el modo de concebir el arte y de expresar sus propios planteamientos en los más variados ámbitos artísticos: decoraciones palaciegas, cuadros de gabinete, retratos individuales o de grupo, escenas de género, pinturas de historia, estampas destinadas a difundir su visión del mundo o en dibujos hechos para sí mismo. Goya fue dejando en todas sus obras el rastro de su modo de pensar y una visión del mundo que, lejos de anclarse, continuó avanzando en el transcurso de los años, de modo que, pese a la existencia de unos elementos constantes en su producción, es posible advertir una evolución que abría nuevas vías de expresión, incluso en los momentos finales de su vida, pese a la vejez y la enfermedad, circunstancias que en la mayoría de las personas, como fue por ejemplo el caso de su amigo Moratín (fig. 3), habrían conllevado el abatimiento y el fin de la actividad creativa.
Y quizá sea este dibujo del Álbum de Burdeos titulado Aun aprendo, el que mejor sintetiza este espíritu del autor en esos postreros años de su vida, en perfecta consonancia con lo expresado en la carta a Ferrer de 1825 (cat. n.º 96). De hecho, este dibujo se ha convertido en una referencia recurrente en la historiografía de Goya, que ha querido ver en él un autorretrato simbólico en el que se expresa la voluntad inquebrantable de desarrollo personal que le llevó a continuar materializando sus nuevas ocurrencias en variados soportes.
Si en ocasiones anteriores los viejos que aparecían en sus obras mostraban una visión negativa del paso del tiempo, en este dibujo se puede apreciar un significativo cambio de perspectiva, subrayado por el elocuente título de raíz clásica, acorde con el optimismo recobrado en Burdeos por Goya. Sin embargo, Laurent Matheron, en su romántica biografía del pintor publicada en 1858, recoge una anécdota que induce a considerar este dibujo, como ocurre con el resto de su producción, desde una óptica más melancólica. Narraba Matheron que, a poco de llegar el pintor a Burdeos, «le fue ya imposible salir sin la ayuda de su joven compatriota Brugada. Apoyándose en su brazo y por los sitios menos frecuentados probaba a marchar solo, pero eran inútiles sus esfuerzos; las piernas no le sostenían. Entonces exclamaba montando en cólera: –¡Qué humillación! ¡A los ochenta años me pasean como a un niño; es necesario que aprenda a andar!».
En este dibujo Goya recurre a elementos presentes en la tradición iconográfica desde la Edad Media. En las escalas de la vida del hombre, era habitual mostrar a los viejos encorvados, apoyados en bastones, con la cabeza agachada, de forma similar a como Goya pintó en 1792 al viejo del cartón de La boda (Museo del Prado, P-799). Frente a este tipo desvalido, también se sirvió del arquetipo contrario, aquel en el que la vejez que devora toda idea de progreso se sintetiza en Saturno, representado como un furioso viejo de largos y encrespados cabellos blancos y cruel mirada, que devora los jóvenes cuerpos de sus hijos (Museo el Prado, D-3941).
Buena parte de las interpretaciones del dibujo que aquí comentamos vienen condicionadas por los referentes visuales que Goya pudo haber utilizado. Según estos planteamientos, Goya habría sido un artista de extraordinaria cultura visual y literaria, conocedor de los clásicos latinos a través de las traducciones y de las fuentes emblemáticas del Renacimiento presentes en numerosos libros y estampas, que le habrían servido de punto de partida para elaborar este dibujo. El título «todavía aprendo» tiene su origen en la sentencia utilizada por Platón y Plutarco: anchora imparo; mientras que la imagen de un viejo apoyado en dos bastones se ha relacionado con la estampa también llamada Anchora imparo grabada en 1536 por Girolamo Fagiuoli, en la que se representa a un anciano en el andador de un niño (fig. 84). En la primera mitad del siglo xvi era un lugar común representar a Cronos como a un anciano barbado, provisto de una túnica y apoyado en dos bastones con los que camina trabajosamente, tal y como aparece en una estampa (Londres, British Museum, 1875,0711.26) de Marcantonio Raimondi (h. 1470/82-1527/34). Más cercana en el tiempo está la estampa de William Blake (1757-1827) que ilustraba el libro de Henry Fuseli Lectures on Painting (fig. 85), que Goya pudo conocer, y con la que Aun aprendo presenta ciertas similitudes formales. En ella se muestra a «M. Angelo Bonarotti» apoyado en un bastón, mirando penetrantemente al espectador, ante un fondo oscuro en el que se vislumbra el Coliseo de Roma. El lema de esta estampa es asimismo «Ancora imparo», también aplicado al polifacético artista del Renacimiento en su biografía. Es evidente que ninguno de los modelos propuestos coincide exactamente con el dibujo de Goya, y sin embargo en todos ellos es posible advertir elementos presentes en este. Estas relaciones en cualquier caso permiten comprender la complejidad del proceso de elaboración de la obra de Goya y su capacidad de transformar y hacer suyos los modelos precedentes mediante una profunda reelaboración personal.
En el dibujo Goya nos expresa en primer lugar la soledad del hombre en el tránsito de la vida, pero también el camino de la oscuridad hacia la luz, soberbiamente representada la primera con intensos trazos de lápiz litográfico sutilmente matizados con unas leves líneas oblicuas del rascador, apenas perceptibles, mientras que la luz se muestra con la propia blancura del papel. El inestable paso adelante, solo posibilitado por el sustento que le aportan los dos bastones que sujeta con unas manos cuya cuidadosa representación permite apreciar la inflamación de las articulaciones producida por la artrosis, ayuda a expresar la fragilidad del anciano que necesita, como la estampa de Fagiuoli había mostrado, aprender de nuevo a caminar pese a la edad, del mismo modo que el niño ha de hacerlo en su infancia. El venerable rostro, circunscrito en una cabellera y una barba encrespadas y abundantes, muestra una mirada que, como en tantas obras de Goya, alberga el sentido final del dibujo. Los ojos cansados dejan entrever unas pupilas que, lejos de mirar al frente, lo hacen hacia un lado de modo melancólico. Se produce así una tensión entre el rumbo de sus pasos y su mirada lateral que, si queremos comprender el dibujo en clave de autorrepresentación, expresaría esa misma tensión descrita por Goya en la carta a Ferrer entre las carencias de la vejez y la voluntad de continuar avanzando.”
J.M. Matilla, “Aun aprendo”, en J. M. Matilla, M. B. Mena Marqués (dir.), Goya: Luces y Sombras, Barcelona: Fundación “la Caixa”, Barcelona: Obra Social “la Caixa”-Madr —
Texto extraído del Museo del Prado.