En nuestras interacciones diarias, sobre todo en las humanas, a menudo encontramos personas dispuestas a actuar hasta donde les permita la ley, sin considerar si su conducta es moral o ética. Si la ley pone unos límites, esas personas llegarán hasta el borde.
Claramente, la ley marca los límites que nunca deben ser sobrepasados bajo ningún concepto. Sin embargo, antes de llegar a dicho límite legal, es muy probable que antes se lleguen a los límites morales y éticos. La verdadera convivencia humana no se trata solo de seguir la ley al pie de la letra, sino de actuar con respeto y consideración hacia los demás.
Como seres humanos, somos imperfectos y debemos aceptar que hay personas que no siguen al 100% los principios morales y no convertirnos en la policía de la moral. Tampoco por ello debemos ser intolerantes o irrespetuosos con ellos, ya que nos rebajaríamos a su nivel. Es mejor aceptar la imperfección del mundo, actuar en consecuencia y simplemente vivir con respeto y responsabilidad más allá de lo que exija la ley.
Es más prudente permitir que alguien cometa una estupidez que involucrarse en esa situación estúpida y peligrosa que podríamos haber anticipado y prevenido. Aunque tengas preferencia. Aunque tengas razón. En carretera, si al final terminas perdiendo una pierna, ¿ha merecido la pena no dejarle pasar a ese coche que veías venir?
La reflexión aquí es clara: a veces es mejor ceder, ser más flexible y considerado, en lugar de insistir en tener la razón a toda costa. En última instancia, la convivencia armoniosa y segura es más valiosa que tener la razón legalmente en una situación que podría haberse evitado con un poco de empatía y comprensión.
Es preferible esforzarse por ir más allá de la ley y actuar siempre con ética y responsabilidad, pensando en el bienestar común y en el impacto de nuestras acciones, tanto social como medioambientalmente hablando.