Al fin sucedió lo que se rumoreaba: “Sálvame” desaparece.
Se acaba de confirmar que, en junio de 2023, llegará el fin de un capítulo en la historia de la prensa del corazón con el cierre del programa de cotilleo Sálvame, que se había mantenido desde 2009. Esto no solo marca el fin del programa mismo, sino el cambio en la forma en que consumimos el cotilleo y la vida de la farándula de esta gran piel de toro.
Sálvame, en España, es un referente de la prensa rosa (para el que todavía no lo sepa). Este programa, básicamente, publicaba chismes sobre la vida privada de personajes públicos. Aunque ha sido criticado por su sensacionalismo, ha logrado crear una comunidad que disfruta con la vida de las celebrities.
¿Es el cierre de Sálvame el fin del interés humano por los chismes?, ¿hemos, finalmente, evolucionado como sociedad? Siento decepcionar, pero no. La era del streaming, simplemente, ha traído una transformación en la manera en que consumimos contenido. Hemos reemplazado la televisión por YouTube, TikTok, Twitter y todo lo que se mueva.
He observado cómo incluso famosos que le deben todo al cotilleo por TV (como Antonio David Flores) han abierto sus propios canales de YouTube. Esto cambia la dinámica del corazón: la audiencia, que ya sabe manejar Internet y que tiene Smart TVs en casa, ha migrado hacia plataformas online donde se ofrecen reacciones, análisis y discusiones sobre eventos recientes, chismes de celebridades y cotilleo de lo que pasa en redes.
Pero lo verdaderamente llamativo es que, mientras antes consumíamos cotilleo de forma pasiva —sentados en el sofá viendo cómo otros se despellejaban en la tele— ahora todo es cotilleo, y además sentimos la necesidad de formar parte de él. Famosos, políticos, youtubers, influencers, tuiteros anónimos… cualquiera puede ser objeto de escrutinio, debate y mofa. El cotilleo se ha democratizado y nos arrastra a todos. Ya no basta con mirar: ahora hay que reaccionar, opinar, participar, discutir.
Nos hemos convertido en parte del despellejamiento.
Saltamos de un tema viral a otro como quien va de liana en liana en la jungla, sin pararnos a mirar el cielo, sin contemplar las vistas, sin reflexionar sobre lo que realmente importa. Y mientras lo hacemos, el móvil convierte ese tiempo muerto en gasolina para el algoritmo, en likes, en datos, en dinero. El salseo que antes ocupaba un rincón de la parrilla televisiva es hoy el aire que respiramos online.
Parece que hay un sentimiento positivo al cierre de Sálvame. Esta hipocresía en la crítica sobre el chismorreo revela una verdad incómoda sobre el ser humano: la fascinación innata por la vida de los demás. Antes era Sálvame, ahora es YouTube, ahora somos nosotros mismos participando en el gran teatro del cotilleo digital. Parece que lo que nos molestaba del cotilleo “tradicional” era la falta de oportunidades para participar.
Influencers como UTBH, Anujbost, Begoña Gerpe, Marina Lobo, Rubén Hood y muchos otros basan gran parte de su contenido en hablar sobre lo que le pasa a otros en redes. Lo mires por donde lo mires, sigue siendo cotilleo, el salseo de toda la vida.