Cuando comencé mi blog, en 2003, las redes sociales ni siquiera existían. Era una manera de documentar las cosas que hacía, mis reflexiones y proyectos, principalmente para mí mismo. Quería tener un registro que me permitiera volver atrás y ver todo lo que había aprendido, arreglado o experimentado. La temática de mi blog siempre ha sido muy variada, desde cuestiones técnicas hasta pensamientos más personales. En aquel entonces, no había otra opción que crear un espacio propio si querías compartir y conservar algo a largo plazo.
Con la aparición de las redes sociales, empecé a experimentar con plataformas como Facebook o Twitter, incluso llegué a escribir contenido más elaborado allí. Sin embargo, algo en mí no estaba tranquilo. Vi cómo redes como MySpace o la española Tuenti desaparecían, llevándose consigo todo lo que sus usuarios habían creado y compartido. En mi caso, mucho de lo que publiqué en Tuenti simplemente se perdió. Y eso me hizo darme cuenta de una verdad incómoda: si no tienes el control sobre dónde publicas tu contenido, todo puede esfumarse de un día para otro.
Pero no solamente fueron las redes sociales. A lo largo de los años, he visto decenas de plataformas que ofrecían hosting gratuito o servicios sin coste desaparecer. Al principio, muchas de estas webs parecían prometedoras. Atraían a usuarios con la idea de que podrías alojar tu blog o tu contenido allí sin coste alguno. Pero con el tiempo, esos servicios morían, ya fuera porque el modelo de negocio no funcionaba o porque la empresa simplemente dejaba de existir. Imagínate haber subido todo tu trabajo, todas tus ideas, a una plataforma que de repente cierra. La frustración sería enorme, especialmente cuando has dedicado tanto tiempo a crear algo que consideras valioso.
Esa es otra razón por la que decidí mantener mi blog en un espacio que controlo yo mismo. No puedo confiar en servicios gratuitos o plataformas que dependen de decisiones corporativas. Si todo mi contenido estuviera en esas manos, estaría a merced de que desaparecieran en cualquier momento, y todo mi trabajo se esfumaría con ellas. Tener mi propio blog me garantiza que eso no va a pasar. Todo lo que escribo sigue ahí, bajo mi control, sin depender de ninguna empresa que pueda cambiar de idea o cerrar sus puertas.
En 2024, sigo escribiendo en mi blog (ya llevo escritos 427 artículos) no solamente por esa necesidad de preservar mi contenido, sino también porque me niego a ser parte del ciclo efímero que domina internet hoy en día. Las redes sociales están diseñadas para que todo lo que compartes desaparezca en cuestión de horas. No quiero crear contenido que tenga una vida útil de 24 horas, y no me interesa que lo que escribo quede enterrado bajo montones de información en una semana.
Esto no significa que no use X, pero no lo uso para escribir hilos trabajados. X me sirve para leer y compartir cosas que sí considero efímeras.
Escribir en mi blog es mi manera de resistirme a esa tendencia. Quiero que lo que publico tenga una vida más larga, que cualquiera pueda volver a leerlo en meses o años, y que siga siendo útil. Para mí, es un espacio de reflexión y de control, donde no dependo de nadie más para que lo que creo siga existiendo. Y en un mundo digital tan volátil, eso es más importante que nunca.