El palet, el arte y la risa de los ignorantes

- 22 July 2025 - 7 mins read

Se ha hecho viral un vídeo de Pablo Pérez d’Ors (Director del Museu Fundación Juan March Palma) describiendo una pieza de Guillermo Lledó. Un palet de madera. O eso parece. En realidad no es un palet funcional, sino una pieza hiperrealista construida para engañar al ojo y hacernos mirar dos veces. La obra se llama Madera. Pero claro, para muchos eso es demasiado. Es “solo un palet”.

Madera - Guillermo Lledó
Madera - Guillermo Lledó

En los comentarios se lee de todo: “Nos toman por tontos”, “eso es hamparte”, “arte es Antonio López, no esto”, “yo también tengo muchos palets en mi nave, voy a montar un museo”. El rebaño se ríe, orgulloso de su ignorancia. No es que no entiendan la obra, es que no quieren entenderla. Y encima se sienten valientes por gritarlo.

Lo curioso es que estas mismas personas luego intentan darle importancia a sus pequeñas rutinas. Elevan su fiesta de barrio, la receta del abuelo, la puerta vieja del pueblo. Pero cuando un artista ve belleza en algo cotidiano que ellos nunca habían sabido mirar, se ofenden. Es como si les hiriera el orgullo que alguien haya reconocido valor en algo que ellos no fueron capaces de apreciar por sí mismos.

Esa representación de un palet es precisamente de un objeto que vemos a diario e ignoramos. Igual que antes nadie miraba un simple clavo usado como percha en una puerta rural. Igual que nadie miraba una sopa enlatada hasta que Warhol la enmarcó. El arte no está obligado a ser ni bello ni espectacular. A veces solo te obliga a detenerte y pensar en lo que ignoras por costumbre. Del arte de la cotidianidad ya escribí hace unos meses, por lo que no me voy a extender más.

Y sí, el palet de madera desaparecerá. En unos años serán todos de plástico y reciclables, y dentro de 20 o 30 años, cuando alguien lo vea en un museo, dirá “qué recuerdos, yo conocí esos”. Porque eso es lo que hace el arte de lo cotidiano: se convierte en cápsula de tiempo. Igual que un bodegón del siglo XVII es hoy una ventana a cómo era la comida, los objetos y la vida de entonces.

Pero claro, eso exige mirar un poco más allá de la superficie. Exige curiosidad. Y la curiosidad asusta. Es más cómodo reírse. Es más fácil burlarse que reconocer que no tienes ni idea de por qué ese objeto está ahí. Así que se ponen la máscara de superioridad: “esto no es arte, esto es estafa”. No vaya a ser que empiecen a valorar el arte de lo cotidiano, que como se pongan a pensar no veas qué problema.

Yo no me río cuando no entiendo algo en un museo. Me acerco, leo la cartela, busco las motivaciones. Si sigo sin conectar, me aparto en silencio. Pero nunca pienso “el artista es gilipollas y yo soy muy listo”. Esa valentía de la ignorancia, ese orgullo de no querer saber, es lo verdaderamente triste.

¿Por qué entonces tanta gente siente la necesidad de opinar sobre algo que no comprende?, ¿por qué no pueden simplemente seguir con sus vidas? Pero bueno… Creo que eso también forma parte del performance del artista. Se ríe en la cara de los audaces que le insultan, sin saber que son ellos quienes caen en la trampa, mientras los demás disfrutamos del espectáculo desde las gradas.

Para mí, el arte es toda expresión humana que pretenda describir lo que tiene alrededor. Sin más. Y esa representación de un palet describe nuestro presente: la logística, la industria, la materialidad de una época. Es un espejo incómodo de lo banal. Es un recordatorio de que lo que damos por hecho también merece ser mirado.

Así que, sí, que se sigan riendo. Porque en el fondo, cuando alguien se burla de lo que no entiende, no está retratando al artista. Se está retratando a sí mismo en frente de todos. Y gratis.


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