La independencia no es solo una meta, es una forma de vida

- 19 July 2024 - 7 mins read

Hace 13 años, recién cumplidos los 23, tomé una de las decisiones más importantes de mi vida: independizarme. Mis circunstancias personales y familiares hicieron que diese el paso. No fue fácil, pero estaba decidido a hacerlo sin depender de nadie. Sin embargo, lo que aprendí en el camino fue mucho más valioso que simplemente vivir solo. Aprendí que, en muchas ocasiones, las ayudas que promete el estado no son más que una ilusión, y que la verdadera independencia no se consigue esperando a que alguien más resuelva tus problemas, sino enfrentándolos tú mismo.

Cuando me independicé, confié en la ayuda a jóvenes en España llamada Renta Básica de Emancipación (RBE), una ayuda al alquiler que, en teoría, debía facilitarme el proceso. Hice mis cálculos, planeé mi presupuesto y me lancé al mundo real. Pero la realidad fue muy diferente a lo prometido. La ayuda llegó con muchos meses de retraso, lo que me obligó a pedir un préstamo al banco con intereses altísimos. Y, para colmo, cuando finalmente recibí la RBE, me encontré con que tenía que devolver parte de ese dinero con intereses adicionales, cuando se suponía que era sin intereses. Al final, la RBE no solo no me ayudó, sino que me complicó aún más las cosas.

Esta experiencia me hizo reflexionar sobre la cantidad de ayudas que existen y cómo, en muchos casos, no cumplen con su propósito. Durante años, he visto cómo se malgasta dinero en programas que, en teoría, están diseñados para apoyar a las personas, pero que en la práctica terminan siendo ineficientes, contraproducentes o, peor aún, abusadas. Yo mismo pedí ayudas en varias ocasiones, pero nunca llegaron. Al final, tuve que sacarme las castañas del fuego por mi cuenta, y aunque fue difícil, creo que fue lo mejor que pude hacer.

Tampoco he cobrado jamás el paro, ni en España ni en Australia, a pesar de haber pasado por momentos de desempleo. Esto me ha obligado a ser independiente a la fuerza, a buscar soluciones por mí mismo y a no depender de un sistema que, en mi experiencia, no funciona como debería. Y aunque pueda sonar duro, creo que esta independencia forzada me ha hecho más fuerte. Me ha enseñado a valorar el esfuerzo, a planificar mejor mis finanzas y a no esperar que alguien más venga a rescatarme.

Esta experiencia también me ha dado una perspectiva diferente sobre las ayudas estatales. Creo que, en muchos casos, estas ayudas pueden generar una dependencia que, a la larga, limita nuestra libertad. Cuando no dependes de una paga del estado, eres más libre para tomar decisiones, para votar en las elecciones sin sentir que estás condicionado por lo que recibes o dejas de recibir. La independencia no solo te da motivación para mejorar, sino que también te libera de ataduras que pueden limitar tu capacidad de acción.

Conozco a alguien que ha convertido el sistema de ayudas en su forma de vida: hace la vida imposible a sus jefes hasta que lo despiden, cobra el paro, y luego busca otras ayudas estatales, incluso fingiendo problemas de salud mental para justificar su inactividad. Mientras tanto, personas que realmente necesitan apoyo, como fue mi caso, se quedan esperando una ayuda que nunca llega. Este tipo de abusos no solo perjudican a quienes dependen de estas ayudas de manera legítima, sino que también nos hacen cuestionar la eficacia y el propósito real de estos programas.

La verdadera independencia no se consigue esperando a que alguien más resuelva tus problemas, sino enfrentándolos tú mismo. No digo que las ayudas no sean necesarias en algunos casos, pero creo que debemos ser conscientes de que no siempre son la solución. La independencia es una forma de vida, y aunque el camino pueda ser difícil, al final, el esfuerzo vale la pena.


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